En la 1ª tomando unas cervezas con los de 5º y algún amigo suyo en el Migrenia (migraña). En la 2ª vemos un cartel que está en la entrada del Tesco, ¡es imposible robar porque no puedes entrar con pistola!, que previsores estos eslovacos.En la 3ª durante la despedida de los de 5ºen el instutito; en la 4ª cuando pasan por el túnel que les hacen sus compañeros; en la 5ª con los que ya son ex-alumnos.
Nuestros bravos e intrépidos amigos regresaban de madrugada a su posada, luego de haber ido a calmar su hambre en un mesón que les habían recomendado unos labriegos de la zona, aunque les costó tiempo y paciencia el entender donde estaba el lugar, pues esas gentes rudas hablaban una lengua bárbara, salvaje e incomprensible, nada que ver con el elegante y sencillo idioma de la lejana península patria.
Todas sus armas las habían dejado en la posada, así como sus valiosas monturas, todo ello para intentar pasar lo más desapercibidos posible en medio de esta gente de aspecto bravo y amenazador y para que no se sintiesen atemorizados por ellos, pues es conocida la capacidad de los magos enemigos de nuestros desfacedores de entuertos, y que podrían conocer su presencia a través de los ojos de los nativos de la zona. Decíamos, pues, que volvían a sus aposentos nuestros amigos, pensando ya en tumbarse en sus lechos para descansar del largo y agotador viaje que les había traído a estos extraños parajes, y soñar con las hermosas doncellas que, cuenta la leyenda, abundan en estas lejanas y verdes tierras, y que prometen elevar a los siete cielos los cuerpos y espíritus de aquellos que tienen la fortuna de yacer con ellas.
Cerca ya de la posada, se complacían nuestros aventureros en pasar el tiempo recordando pasadas aventuras y compañeros de tantas batallas caídos en el duro fragor de la lucha. En estas estaban cuando, salido de la oscuridad de la noche, se les aparece un gigante tan grande como la almena mayor del mayor castillo conquistado por nuestros valientes en anteriores hazañas. Sin darles tiempo, ni siquiera, a poder ponerse a cubierto, y con sus brazos que medían no menos de 10 metros de longitud, les lanzó un mandoble que a buen seguro terminara con sus vidas si no fuese gracias a sus excelentes reflejos, muy bien entrenados en las múltiples contiendas en las que nuestros hábiles luchadores se han visto envueltos; pero a pesar del intento de esquivar el golpe, no pudieron evitarlo del todo, y recibieron en sus testas un buen garrotazo que les dejó aturdidos por unos instantes, pero estando ellos adiestrados en las situaciones más peligrosas que imaginar podemos, rapidamente reaccionaron y se levantaron para ponerse a salvo de la siguiente arremetida de su oponente. En estos peligrosos momentos lamentaban el haber dejado sus armas a reguardo creyendo que sería menos peligroso no tenerlas.
El gigante se dispuso a buscarlos para acabar con ellos repartiendo zarpazos a diestro y siniestro, que arrancaban de cuajo los árboles que encontraba a su paso provocando un gran estruendo. No estando aún en condiciones de responder a las acometidas del coloso, optaron nuestros desventurados por retroceder y ocultarse momentaneamente en la espesura aguardando recupar todas sus fuerzas y tener todos sus sentidos preparados para afrontar la difícil pelea que se avecinaba. No es necesario explicar que este comportamiento no es costumbre de nuestros valientes caballeros, y que unicamente tuvieron ese proceder por causa del cobarde y traicionero ataque sufrido al amparo de la oscura noche y por la falta de sus armas que les impedía el defenderse adecuadamente.
Una vez recuperados y a salvo en medio de la espesura del bosque y de la oscura noche, discutieron qué hacer, si quedarse y luchar en desigualdad con el gigante enemigo, o retirarse a la posada al amparo de la noche que los acultaba momentaneamente para poder recuperar sus preciadas armas con las que abalanzarse sobre su contrario. Al final decidieron, con muy buen criterio, permanecer en la batalla, pues no es comportamiento digno de un caballero el retirarse de una disputa, y mucho menos el permitir que semejante bestia campe a sus anchas por las aldeas, haciendo todo el mal que sus infernales orígenes le permitan. Aún siendo conocedores del riesgo que para sus valiosas vidas entrañaba enfrentarse con el enorme gigante que persistía en su búsqueda, no dudaron en arriesgar su existencia por una causa justa.
Para el embite rehusaron sabiamente el enfretamiento directo, conocedores de la descomunal fuerza del cíclope. Se decidieron entonces por atacar a su enemigo cada uno por un flanco, y mientras uno entretenía a la bestia, el otro le golpeaba con todas sus fuerzas; pero poco daño podían infrigir en tamaño enemigo sin las armas adecuadas; si dispusiesen de sus espadas, unos cuantos mandobles habilmente ejecutados y, sin duda, la batalla terminaría pronto. A pesar de esto, su táctica tuvo efecto y consiguieron disminuir notablemente la fuerza y el empuje del contrario a base de perseverancia y pequeños ataques sabiamente dirigidos. La fiereza del enemigo disminuyó y, poco a poco, se dio cuenta de que sus contrarios no eran fáciles de batir, más bien al contrario, y de pronto se despertó en el un sentimiento de miedo que hasta ese momento desconocía, pues era muy notoria la calidad combativa de nuestros amigos y su incapacidad de hacerles el más mínimo rasguño. De esta forma empezó a recular hacia el bosque intentando ocultarse en la maleza, pero su gran tamaño y la astucia de sus contrarios le impedían ocultarse y evitar los contínuos ataques que sufría y que mermaban sus fuerzas poco a poco.
Estaba la batalla decantándose claramente, a estas alturas, a favor de nuestros dos arrojados héroes, pero el cansancio acumulado durante el largo viaje y el duro batallar les hizo pararse unos instantes a recuperar el resuello que les permitiese un último ataque al coloso y poder finalizar la pelea victoriosos. Pero el cíclope diose cuenta del agotamiento de sus contrarios, y pese a estar él también muy fatigado, utilizó sus escasas fuerzas para alejarse y adentrarse en una oscura cueva. Cuando nuestros compañeros descubrieron la artimaña, corrieron para evitar la huída y poder atrapar a su poderoso enemigo, pero ya fue tarde. Permanecieron en la oscura entrada del agujero un buen trecho deliberando sobre la oportunidad o no de entrar para rematar a su hercúleo enemigo. En esas estaban cuando oyeron, desde el interior de la oscura caverna, varios alaridos que, sin duda, provenían de otros gigantes dispuestos a vengar al malherido que les pedía ayuda.
No duden nuestros lectores que, de tener nuestros valientes guerreros sus armas, jamás se hubiesen retirado del campo de batalla, pero las más elementales normas de supervivencia dictaba, en esta ocasión, la conveniencia de retirarse y esperar otras ocasiones más propicias en las que demostrar su valentía eliminando para siempre a estos gigantes que tienen a la población atemorizada desde tiempos inmemoriables. De esta forma alejáronse rapidamente del lugar para no ser vistos por los gigantes y apresuraronse en llegar prontamente a la fonda donde poder descansar para las nuevas disputas a las que tendrán que enfrentarse en un futuro no lejano.
Todas sus armas las habían dejado en la posada, así como sus valiosas monturas, todo ello para intentar pasar lo más desapercibidos posible en medio de esta gente de aspecto bravo y amenazador y para que no se sintiesen atemorizados por ellos, pues es conocida la capacidad de los magos enemigos de nuestros desfacedores de entuertos, y que podrían conocer su presencia a través de los ojos de los nativos de la zona. Decíamos, pues, que volvían a sus aposentos nuestros amigos, pensando ya en tumbarse en sus lechos para descansar del largo y agotador viaje que les había traído a estos extraños parajes, y soñar con las hermosas doncellas que, cuenta la leyenda, abundan en estas lejanas y verdes tierras, y que prometen elevar a los siete cielos los cuerpos y espíritus de aquellos que tienen la fortuna de yacer con ellas.
Cerca ya de la posada, se complacían nuestros aventureros en pasar el tiempo recordando pasadas aventuras y compañeros de tantas batallas caídos en el duro fragor de la lucha. En estas estaban cuando, salido de la oscuridad de la noche, se les aparece un gigante tan grande como la almena mayor del mayor castillo conquistado por nuestros valientes en anteriores hazañas. Sin darles tiempo, ni siquiera, a poder ponerse a cubierto, y con sus brazos que medían no menos de 10 metros de longitud, les lanzó un mandoble que a buen seguro terminara con sus vidas si no fuese gracias a sus excelentes reflejos, muy bien entrenados en las múltiples contiendas en las que nuestros hábiles luchadores se han visto envueltos; pero a pesar del intento de esquivar el golpe, no pudieron evitarlo del todo, y recibieron en sus testas un buen garrotazo que les dejó aturdidos por unos instantes, pero estando ellos adiestrados en las situaciones más peligrosas que imaginar podemos, rapidamente reaccionaron y se levantaron para ponerse a salvo de la siguiente arremetida de su oponente. En estos peligrosos momentos lamentaban el haber dejado sus armas a reguardo creyendo que sería menos peligroso no tenerlas.
El gigante se dispuso a buscarlos para acabar con ellos repartiendo zarpazos a diestro y siniestro, que arrancaban de cuajo los árboles que encontraba a su paso provocando un gran estruendo. No estando aún en condiciones de responder a las acometidas del coloso, optaron nuestros desventurados por retroceder y ocultarse momentaneamente en la espesura aguardando recupar todas sus fuerzas y tener todos sus sentidos preparados para afrontar la difícil pelea que se avecinaba. No es necesario explicar que este comportamiento no es costumbre de nuestros valientes caballeros, y que unicamente tuvieron ese proceder por causa del cobarde y traicionero ataque sufrido al amparo de la oscura noche y por la falta de sus armas que les impedía el defenderse adecuadamente.
Una vez recuperados y a salvo en medio de la espesura del bosque y de la oscura noche, discutieron qué hacer, si quedarse y luchar en desigualdad con el gigante enemigo, o retirarse a la posada al amparo de la noche que los acultaba momentaneamente para poder recuperar sus preciadas armas con las que abalanzarse sobre su contrario. Al final decidieron, con muy buen criterio, permanecer en la batalla, pues no es comportamiento digno de un caballero el retirarse de una disputa, y mucho menos el permitir que semejante bestia campe a sus anchas por las aldeas, haciendo todo el mal que sus infernales orígenes le permitan. Aún siendo conocedores del riesgo que para sus valiosas vidas entrañaba enfrentarse con el enorme gigante que persistía en su búsqueda, no dudaron en arriesgar su existencia por una causa justa.
Para el embite rehusaron sabiamente el enfretamiento directo, conocedores de la descomunal fuerza del cíclope. Se decidieron entonces por atacar a su enemigo cada uno por un flanco, y mientras uno entretenía a la bestia, el otro le golpeaba con todas sus fuerzas; pero poco daño podían infrigir en tamaño enemigo sin las armas adecuadas; si dispusiesen de sus espadas, unos cuantos mandobles habilmente ejecutados y, sin duda, la batalla terminaría pronto. A pesar de esto, su táctica tuvo efecto y consiguieron disminuir notablemente la fuerza y el empuje del contrario a base de perseverancia y pequeños ataques sabiamente dirigidos. La fiereza del enemigo disminuyó y, poco a poco, se dio cuenta de que sus contrarios no eran fáciles de batir, más bien al contrario, y de pronto se despertó en el un sentimiento de miedo que hasta ese momento desconocía, pues era muy notoria la calidad combativa de nuestros amigos y su incapacidad de hacerles el más mínimo rasguño. De esta forma empezó a recular hacia el bosque intentando ocultarse en la maleza, pero su gran tamaño y la astucia de sus contrarios le impedían ocultarse y evitar los contínuos ataques que sufría y que mermaban sus fuerzas poco a poco.
Estaba la batalla decantándose claramente, a estas alturas, a favor de nuestros dos arrojados héroes, pero el cansancio acumulado durante el largo viaje y el duro batallar les hizo pararse unos instantes a recuperar el resuello que les permitiese un último ataque al coloso y poder finalizar la pelea victoriosos. Pero el cíclope diose cuenta del agotamiento de sus contrarios, y pese a estar él también muy fatigado, utilizó sus escasas fuerzas para alejarse y adentrarse en una oscura cueva. Cuando nuestros compañeros descubrieron la artimaña, corrieron para evitar la huída y poder atrapar a su poderoso enemigo, pero ya fue tarde. Permanecieron en la oscura entrada del agujero un buen trecho deliberando sobre la oportunidad o no de entrar para rematar a su hercúleo enemigo. En esas estaban cuando oyeron, desde el interior de la oscura caverna, varios alaridos que, sin duda, provenían de otros gigantes dispuestos a vengar al malherido que les pedía ayuda.
No duden nuestros lectores que, de tener nuestros valientes guerreros sus armas, jamás se hubiesen retirado del campo de batalla, pero las más elementales normas de supervivencia dictaba, en esta ocasión, la conveniencia de retirarse y esperar otras ocasiones más propicias en las que demostrar su valentía eliminando para siempre a estos gigantes que tienen a la población atemorizada desde tiempos inmemoriables. De esta forma alejáronse rapidamente del lugar para no ser vistos por los gigantes y apresuraronse en llegar prontamente a la fonda donde poder descansar para las nuevas disputas a las que tendrán que enfrentarse en un futuro no lejano.
3 comentarios:
Voto a Brios!!Que me aspen si no es la mas emocionante de las epopeyas en tierras barbaras,cuidense de portar sus armas en todo momento despues de tan epica batalla!!.Jasús!!
Saludos ,bravo guerrero!!
Ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja,ja... Joer!!!!! ¿Qué fumaches antes de escribir este capítulo? Debía ser muy bueno porque semejante imaginación...
Pois si que ten razón Isa, fumar fumaches (ou serían setas?)
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